sábado, 28 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 45)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino, se mete entre las personas que asistían al evento y presta atención a las indicaciones que se están dando. Se le nota en la cara cierta pasividad y su mirada perdida.
La cata de vino va a comenzar. Sentados en las mesas cubiertas con manteles blancos, ligeramente aisladas unas de otras, provistas cada una de ellas con lámparas para proporcionar una buena iluminación, un recipiente para el vino que se descarta y un cúmulo de copas de pié largo, de cristal fino y de boca más estrecha que el cuerpo, los concursantes se preparan para examinar y ser examinados. Uno de ellos, el doctor Sanz, comienza su primer análisis visual, observando el color del vino, la transparencia, el brillo, la intensidad, matices del pigmento y formación de burbujas. Continuó con los análisis de aromas: eran frutales, un poco tostados, el vino era limpio y con cierta intensidad. Finalmente realizó un análisis de las sensaciones en la boca, probó la acidez, las impresiones dulces, la astringencia dada por los taninos, la materia, el cuerpo, el equilibrio, la persistencia de los aromas y otras características las cuales fue capaz de sacar y comentar de una forma muy precisa. Dijo que la cata de vino es más un arte que una ciencia, puesto que exige una sensibilidad y una sutilidad en el lenguaje, casi con apreciaciones poéticas. Había conseguido acercarse en sus valoraciones más que ningún otro participante. Ganó el concurso.
Durante la entrega de trofeos, cuando todos estaban reunidos, unos enfermeros, con batas blancas, entran en el local, se dirigen hacia el doctor Sanz y le dicen: ―Nos tiene que acompañar señor director. Se le nota en la cara cierta pasividad y su mirada perdida.

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