domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 3)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Dionisio es su nombre y sin embargo, su aspecto, tan pulcro que nadie sospecha de su condición. Después de todo, aquel hombre se había vuelto loco, completamente, por intentar armar una colección de vinos mimados de las más relevantes bodegas del mundo. ¡Tamaña empresa! Así fue que parientes, amigos, vecinos o conocidos, que viajaran a algún país con buenas bodegas, tenían el encargo, insalvable, de traer unas botellas de los mejores vinos. Más allá de que no había podido realizar estudios, es un excelente catador, un gran lector sobre bibliografía especializada, además de un viajero empedernido. Conoce así de regiones y sus respectivos vinos como el mejor experto y su opinión es tenida en cuenta, aún por los profesionales, que lo respetan como a un par. Un hecho accidental provocó un incendio que destruyó su casa en las colinas, y a pesar de sus vanos intentos por salvar del fuego algunas botellas, la preciosa colección quedó destruida bajo los escombros del techo de vigas y tejas. Cientos de botellas quedaron reducidas a una montaña de vidrios, derramando su apreciado contenido sobre el piso de lajas, evaporándose así en un instante. Nada quedó de semejante esfuerzo y dedicación de años y años, de vinos cuidados como joyas de un tesoro, reservado para las mejores ocasiones entre un cerrado círculo de amigos. Amigos que como Dionisio, son amantes exigentes del buen vino, con paladares entrenados y refinados. Nuestro loco, que en un descuido de la guardia del manicomio, había podido escapar y adentrarse en la cosmopolita ciudad, caminó y caminó. Yendo por una de las calles céntricas descubre así el local en el que se realiza el concurso a cargo de un jurado de expertos nacionales y extranjeros. Como si hubiera sido guiado instintivamente por el olfato, ingresa al local, con tanta resolución y tal prestancia, que nada le impide anotarse en la lista de los concursantes para, finalmente, poder participar. Hay en su mirada un cierto brillo de locura, una cierta fijación en las copas de cristal que emanan su variedad de rojos intensos, brillantes o perlados, o en el ámbar de los blancos transparentes. Una mirada que sólo podría ser detectada por otro tipo de conocedor, de experto, en este caso, en psiquiatría. Como sea que fuere, nadie lo nota, y enseguida se lo ve con un gran número colgándole de su solapa. Junto con el resto de los concursantes, frente a unas largas mesas con manteles blancos hasta el piso, los asistentes llenan copas de vino desde botellas envueltas en pulcras servilletas. El concurso consiste en acertar el tipo de vino, la descripción de sus características, marca y bodega de origen. Un abanico de vinos provenientes de todas partes del mundo, lo cual hace enormemente compleja y difícil la respuesta. Los participantes, consumados expertos, son doce, Dionisio incluido y el premio tan importante como la exigencia misma del concurso. Una copa tras otra, cual un experto catador, nuestro ya querido loco, va acertando con la más absoluta precisión, frente a la mirada asombrada del público, la atenta del jurado y la desconcertada de los participantes, que poco a poco, van siendo descalificados. La final, reñidísima, es con otro loco por el vino como él, pero en la copa definitoria Dionisio logra vencerlo. El premio es un viaje por varias bodegas repartidas entre Europa, Norte y Sudamérica. Cuando un miembro del jurado le pregunta como es que sabe tanto de vinos, Dionisio responde con infinita tristeza: -“Amé locamente a una mujer que me enseñó a descubrir el vino. Cibeles murió, y mi amada colección de vinos se fue tras ella”.

Historias del concurso de relato breve Érase una vez el vino. Puedes encontrar tu inspiración para escribir bellas historias entre viñas, visitando bodegas y haciendo enoturismo. Si vives en Madrid, te recomendamos algunas de las mejores escapadas cerca de Madrid.

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