domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 5)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino, entre los que se introduce. Mientras los congregados hablan amistosamente, esperando con impaciencia que la cata dé comienzo, y puedan saborear los deliciosos caldos.
Aterrado, observa como en el local se introducen varios miembros de seguridad del psiquiátrico. Alguien puede haberle reconocido entrando en el local y le ha podido avisar. Así las cosas, decide que la mejor manera de pasar inadvertido es convirtiéndose en el centro de atención. A fin de cuentas, ha leído infinidad de opiniones sobre vinos. Incluso en cierta ocasión, mientras realizaba en tren el trayecto entre Burgos y Zaragoza, creyó ver la fachada de una bodega, en su fugaz paso por Haro.
Se colocó junto a una de las mesas dispuestas para la cata, alzó una copa tan alto como pudo, y cuando los presentes volcaron sobre él sus miradas y guardaron silencio, comenzó a recitar con solemnidad.
- Estimados amigos todos. Mi nombre es Don Ceferino Martín Bobadilla, uno de los más grandes catadores. El que mi nombre les pueda resultar desconocido, se debe a que mi fino paladar y mi exigente, amén de picuda, nariz, han estado al servicio de los más grandes sátrapas extranjeros. Dichos sátrapas viven en el extranjero tal y como indica su condición, que para que ustedes la ubiquen con mayor o menor exactitud, es de los Pirineos hacia arriba.
Ya nadie en el local hacía otra cosa, que no fuera prestar atención al insólito catador. Mientras tanto, este bebía una copa tras otra. Incluso la seguridad del cercano psiquiátrico, había abandonado aparentemente la búsqueda y ahora, prestaban atención a los veredictos del que otrora fuera inquilino de su institución mental.
Éste, había llegado ya a la última copa de la mesa. Tal y como había hecho con las trece anteriores, la alzó para después verter el contenido por entero en su boca. Agitó la cabeza con moderada violencia, y dejó pasar el trago, mientras buscaba cerrando lo ojos, los adjetivos que mejor definieran la recién ingerida cata.
- Sinceramente y aunque me apene así dictarlo, no se trata de un buen vino, a diferencia de todos los anteriores. Le sobra cuerpo, demasiado ácido y apenas se aprecia su paso por barrica en la textura. Puede que peque de exigente, pues sé que lo soy, pero no es éste un vino a la altura de mi elitista paladar.
Y sin más preámbulos, esperando que hayan disfrutado de mi notoria sabiduría, me voy. – Se despidió dejando la copa vacía sobre la mesa y avanzando raudo hacia la salida
Antes de que lograra salir empero, la seguridad del psiquiátrico cayó sobre él, agarrándole con fuerza y conduciéndole a un furgón, donde le aguardaba el director de la institución. Durante su cata, le había visto entre los congregados, pero no llegaba a comprender cómo había descubierto el engaño. Así que antes de ser introducido en el vehículo, se resistió lo justo para poder dirigirse al director.
- Dígame señor director, ¿Cómo ha logrado descubrirme habiendo dictado tan profesionales comentarios?
- Pues verá mi buen amigo. Ya de primera obviaremos que se presentó con su nombre y apellidos reales, que aún lleva puesta la camisa del psiquiátrico y que va desnudo de cintura para abajo. Pero es que además ha realizado una my profesional cata, de las copas de agua que los participantes emplean entre cata y cata. ¿Le parece suficiente?
- Suficiente – respondió –. Pero he de añadir que era un agua deliciosa
- No lo dudo – le atajó el director
El ya apresado loco, se sentó en el interior y frunció el ceño. Hubiera jurado que se trataba de excelentes crianzas.

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