sábado, 28 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 46)


Un loco se ha escapado del manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Delante de él había entrado un señor alto, con bigote y aspecto serio. Siempre que veía a alguien que le llamaba la atención, lo seguía e imitaba todo lo que su “modelo” ejecutaba. Por lo que se coló entre los concursantes de catadores de vino que iba a dar comienzo en cinco minutos.

El concurso era de catadores amateur, por lo que el número de participantes era alto. El loco consiguió colocarse detrás de su ídolo. Comenzó a imitarle en todos sus movimientos. Cogía la copa, la olía, miraba el color, cataba y lo echaba. Luego apuntaba lo mismo en la ficha y siempre sin quitarle ojo. Para la cata del tercer vino, ya había decidido tragarse el vino y relamerse la comisura de los labios el regustillo que le dejaba el buen vino y a no fijarse tanto en lo que hacía el concursante al cual copiaba, comenzando a tragar todo lo que cataba. Los olía y comentaba consigo mismo si estaba mejor que el vino anterior o si le había gustado cualquier otro más, sin darse cuenta de que estaba bebiendo demasiado. Ya ni imitaba al de delante ni se acordaba quien era, pero él seguía apuntando malamente lo que le parecía en la ficha.

Terminada la cata el jurado se fue a deliberar y el loco salió del local con andares torpes y movimientos extraños. Canturreaba estribillos de distintas canciones espaciándolas por algunos segundos que era el tiempo que tardaba en intentar recordar cómo seguían, hasta que se vio reflejado en el espejo de un escaparate. Allí se quedó durante horas en amena conversación hasta que el personal del manicomio lo reconoció. Habían estado buscándole durante todo el día sin dar con él, incluso en el mercado de abastos donde solía refugiarse cuando conseguía escaparse para robar comida y bebida. Nunca le habían visto tan contento y amigable, por lo que no les costó ningún esfuerzo introducirlo en la furgoneta para llevárselo de nuevo al centro. En el interior del furgón se puso tan pesado, que consiguió que sus captores cantaran con él. Al principio estaban un poco remisos, pero poco a poco se fueron calentando y acabaron a voz en grito entonando como buenos amigos “Asturias patria querida”. Al llegar al manicomio, todos entrelazados bajaron de la furgoneta. Seguían cantando mientras el loco pasaba mezclado con sus cuidadores totalmente desapercibido. Antes de entrar por la puerta del manicomio consiguió escabullirse de entre los brazos de sus cuidadores, volviéndose a escapar.

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