Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino…
Al abrir la puerta las personas de su interior miran al loco con sorpresa. Va vestido con la ropa de la Clínica, pantalón y chaquetilla blanca y lleva los pies descalzos. Uno de los hombres le insta a que abandone el local pues no pueden entrar personas ajenas al concurso de cata que se está celebrando. El loco le contesta que él es el mayor experto en vino y haciendo caso omiso se acerca hasta la mesa. Todos se miran con preocupación. Sus caras reflejan la incertidumbre que les crea tener a un loco en el local y no saber cómo va a reaccionar. La mesa con un fino mantel se hallaba en mitad de la sala. Se encontraban sobre ella las copas, botellas y demás enseres propios de una cata. El loco estira el brazo con la intención de coger una de las botellas de vino, pero una mano lo detiene. “He dicho que aquí no puede estar”, suena la voz firme. De un manotazo se quita la mano de encima y agarra la botella. Bebe un trago y otro más largo. Los asistentes al concurso de cata le observan paralizados, no saben que hacer. Después va una segunda botella y una tercera cuando su traje blanco luce varias manchas granates. Vamos a llamar a la policía si no se va inmediatamente, le amenazan. El loco sigue cogiendo una y otra en tono cada vez más violento. Un de las mujeres sumiller asistentes abre su móvil y marca el número de emergencias.
A los pocos minutos una pareja de oficiales entra en el local visiblemente destrozado con botellas por el suelo, copas rotas, vino derramado… Estos se llevan al loco esposado y lo conducen de nuevo al manicomio que había abandonado horas antes.
Y así termina la aventura vespertina del loco del manicomio experto catador de vinos.
Al abrir la puerta las personas de su interior miran al loco con sorpresa. Va vestido con la ropa de la Clínica, pantalón y chaquetilla blanca y lleva los pies descalzos. Uno de los hombres le insta a que abandone el local pues no pueden entrar personas ajenas al concurso de cata que se está celebrando. El loco le contesta que él es el mayor experto en vino y haciendo caso omiso se acerca hasta la mesa. Todos se miran con preocupación. Sus caras reflejan la incertidumbre que les crea tener a un loco en el local y no saber cómo va a reaccionar. La mesa con un fino mantel se hallaba en mitad de la sala. Se encontraban sobre ella las copas, botellas y demás enseres propios de una cata. El loco estira el brazo con la intención de coger una de las botellas de vino, pero una mano lo detiene. “He dicho que aquí no puede estar”, suena la voz firme. De un manotazo se quita la mano de encima y agarra la botella. Bebe un trago y otro más largo. Los asistentes al concurso de cata le observan paralizados, no saben que hacer. Después va una segunda botella y una tercera cuando su traje blanco luce varias manchas granates. Vamos a llamar a la policía si no se va inmediatamente, le amenazan. El loco sigue cogiendo una y otra en tono cada vez más violento. Un de las mujeres sumiller asistentes abre su móvil y marca el número de emergencias.
A los pocos minutos una pareja de oficiales entra en el local visiblemente destrozado con botellas por el suelo, copas rotas, vino derramado… Estos se llevan al loco esposado y lo conducen de nuevo al manicomio que había abandonado horas antes.
Y así termina la aventura vespertina del loco del manicomio experto catador de vinos.
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