domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 25)


“Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino... “
Sólo esto advertía la noticia del matutino del domingo. Sin embargo, no contaba lo mejor. No permitía Ver la verdad velada que ese encuentro desencadenó.
“Vino y Locura” desde el comienzo de los tiempos, ha sido un binomio fantástico que puede anunciar ciertas historias extraordinarias. Historias de “Mundos aparecidos y desaparecidos”, de ritos, de músicas, de magia…
El loco había escapado de su “Mundo de encierro”, es cierto, pero no sin rumbo como anunciaba la noticia. Su camino fue luego su destino.
Irrumpió en silencio. Temblaba de miedo. Pero a veces ¿no nos da temor todo aquello que intuimos cambiará nuestra vida? Tal vez, “Ver” la proximidad de aquel “instante”, a pesar de su locura, fue lo que animó su espíritu para abrir una grieta que venciera el tiempo y el encierro, anunciando libertad.
Secretamente fue atravesando la bodega que había dejado de ser un lugar lúgubre para convertirse en una verdadera obra de arte que invitaba a ser recorrida. Comenzó a andar lentamente entregándose a la aventura. Fugazmente, pudo divisar entre tinieblas todo lo que allí estaba pasando: la gente conversando entre copas, las miradas, los pasos. Se sintió invisible como el fluir del tiempo. Este descubrimiento lo animó aún más. Susurró: Vino Infinito, Negra Oscuridad…
De pronto su temerosa memoria recuperó el fragmento de un cuento de Jorge Luis Borges: “una copita del seudo coñac y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular (…) a los pocos minutos ves el Aleph”. [1]
Abrió los ojos y la vio… la vio brillar en una copa… Envolvía con su color puro e intenso… se le mostró joven desde sus tonos violáceos. Se acercó, la tomó entre sus manos, la giró lentamente en una danza cómplice logrando que desprendiera todos sus aromas y todo su Ser. Luego, reposó sus labios en su costado más sensual, saboreó… se enamoró.
En ese “instante” el Mundo se presentó de frente, mirando a los testigos del encuentro a la cara, tomando la forma de enigma. Su Mundo, todo un espacio poético, se desplegó ante todos los presentes que sin darse cuenta, se comprendieron habitantes de un mismo territorio misterioso del que podrían entrar y salir tantas veces lo desearan…
Sólo alcanzó a decir antes de partir:
- ¿Saben por qué chocamos las copas al brindar? Es para involucrar los cinco sentidos. Vemos su color, olemos la bebida, la degustamos, tocamos la copa… el oído es el único sentido que no participa hasta el momento del sonido que provoca el brindis.
Fueron testigos silenciosos de ese acontecer…
De Vino se trató, lo que Devino en historia…
[1] Borges, Jorge Luis. El Aleph. Buenos Aires : Emecé, 1957.

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