domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 21)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Igual nadie le prestó atención al loco, estaban todos demasiado expectantes a la cata de Marcelo Gómez Valverde, un reconocido enólogo que había dignado con su presencia al evento.
Marcelo era igual a todos los grandes enólogos que se saben grandes: prácticamente insoportable. Cada vez que cataba un vino lo hacía con una paciencia exasperante y en cada oración que emitía sobre aquella copa, la decía casi despectivamente y como si las mismas le salieran a él muy caras. Además, jamás reparaba en la gente que lo escuchaba.
El loco lo veía girar su copa, inclinarla y mirarla atentamente. Lo veía tomar, hacer buches, tragar solemnemente con los ojos cerrados y decir palabras que le sonaban sin sentido. Veía también cómo la gente estaba expectante a todos los movimientos de Marcelo, como hipnotizada.
Ante la curiosidad de este personaje el loco se fue corriendo entre los espectadores hasta llegar frente al domador de copas. Una mujer, creyéndolo otro enólogo, le ofreció una copa. La agarró como vio que se agarraba, disfrutando los colores que tomaba el vino cuando la hacía girar en círculos.
Metió su nariz y disfrutó la infinidad de aromas que despertaron su olfato dormido por pastillas y años entre paredes húmedas. Después se llevó el majestuoso elixir a la boca, cubriendo con él toda su lengua. Saboreando y disfrutando como un chico. Como un loco.
Cuando despertó del trance, abrió los ojos y se dio cuenta que todos lo estaban mirando.
El loco se vio forzado a decir algo. La gente le exigía una frase, como si sus vidas dependieran de su veredicto. Concentrado levantó la pera, imitando por un momento al enólogo al lado suyo. Escapando de la situación, y buscando sin saberlo inspiración, tomó un gran sorbo, tragó y dejó que su inconciente hablara por él.
—¡Qué buena está esta mierda!
Esta frase obligó a Marcelo a abrir los ojos y ver al nuevo protagonista. En cuanto lo vio sus ojos no pudieron disimular.
—¿Qué hacés acá? ¿Cómo me encontraste?
Ya no era Marcelo Gómez Valente, el enólogo. Estaba desnudo. Sin disfraz.
El loco lo miró y, recién ahí, pudo ver.
—¿Tanito?

No hay comentarios:

Publicar un comentario