Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Da los buenos días, todos vuelven la cabeza y sólo unos pocos le corresponden con un sonido gutural ininteligible. Adalberto, el loco, se sitúa en un rincón y observa atentamente. Al cabo de media hora poco más o menos, se acerca a la mesa, coge un catavino y reclama la atención del que transcribe los veredictos expresados por los concursantes.
―Por favor…
-¿Su nombre?
―Adalberto.
El hombre saca una lista del bolsillo de la camisa y ojea.
―Entre los catadores inscritos no figura ningún Adalberto.
―Bueno, pues apúnteme.
―Son 180 euros y las credenciales.
―Mire ―comienza―… Mejor Pituitaria de Lonja Pesquera 2007, Gran Nariz del Mercado Porcino de Otoño 2008, Nasón de Oro de la Convención Nacional de Productores de Queso 2009, Paladar Más Experto de la Bienal de la Guindilla Vasca 2006-2007, Morro Fino del Simposio del Arenque 2008, Exquisito de la Feria del Ajo 2009… por sólo citar las que me avalan en los últimos tres años… ¿Le parecen pocas? En cuanto a los 180 euros, usted verá, o me acepta un cheque del banco Lehman Brothers o le firmo un pagaré con fecha de vencimiento de ayer por la mañana… En el bolso sólo llevo una moneda de dos euros. A veces me da por asistir a misa, y es lo que suelo lanzarle al cura en la consagración…, al entrecejo. En esto, intercede el presidente del jurado, voz grave y tono displicente:
―Inscríbalo, a ver qué hace.
El secretario o lo que sea mira a los ojos del resto de notables, interpreta la mirada que le devuelven y, seguidamente, habla:
―Sitúese aquí, Adalberto ―con falsa amabilidad. Al camarero escanciador―: Atiéndalo.
El camarero le pone un dedo de tinto, pero Adalberto le sujeta la mano y le obliga a llenar la copa hasta el borde. A imitación de los sumilleres a los que ha visto proceder, alza el cristal, lo examina al trasluz y dice que el color le recuerda la sangre de la primera víctima de Drácula. Acto seguido, hace girar el líquido y sumerge la nariz en él, le sugiere un aroma entreverado: a melón de Villaconejos, hortensias de Cantabria y esparceta de Castilla. Seguidamente, se bebe la copa de un trago y manifiesta que sabe tan bien como huele. Gran Reserva del Tío de la Bota, cosecha del 2000, apostilla. Engulle varios colines y un plato entero de queso de oveja curado. Ofrece el catavino para que se lo llenen, y repite todo el proceso: esta vez el color semeja el púrpura de los tintoreros fenicios, huele a mazapán y sabe que alimenta. Remata: Joven de Don Simón, 2008. Otra ronda: ojo de gallo, aroma de cardo borriquero y paja de cebada, sabor adictivo. Corolario: Crianza de El Batallador, 2006.
―Sírvame ―urge al escanciador. Se interpone el secretario o lo que sea, que le pregunta si les está tomando el pelo.
―Cuando acabe con el vino, si quieren se lo tomo… Tengo en mi haber los más importantes galardones de peluquería. Todavía no ha igualado nadie mi marca: 22 calvos severos en dieciocho minutos, a base de navaja exclusivamente.
―Y, sin solución de continuidad, saca la moneda de dos euros del bolsillo y la esgrime amenazador
―: ¡O me sirven, o alguno de ustedes…! El ulular de una sirena hace que interrumpa su discurso. Guarda la moneda, deja la copa y se hace un hueco entre los jurados. Pide silencio y bisbisea:
―Si entran preguntando por un loco, ustedes no han visto a nadie. De lo contrario, les acusaré de haberme ayudado a escapar. Y es del dominio público que los niños y los locos…
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