domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 10)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino el cual está a minutos de comenzar.
El hombre, ingresa en forma resuelta y se ubica inmediatamente detrás de una de las mesas cubierta por un mantel blanco en la que hay una lámpara, un recipiente para descartar vinos y varias copas, altas, de cristal.
Con total desenvolvimiento se dirige a la concurrencia: -Señoras y Señores buenas tardes. Bienvenidos a este lugar. Mi nombre es Gregorio García Del Prado y soy el primer concursante de este certamen de catadores de vino que hoy a ustedes los convoca. Antes de proseguir quiero pedirles disculpas por mi apariencia, bastante andrajosa. Ocurre que, todo tiene su real dimensión y es premisa fundamental de esta bodega y de su dueño, recordarles que, como en todos los demás ordenes de la vida, aquí se impone mayor importancia al contenido que al envase-.

El dueño de la bodega, un señor de mediana estatura, ancho de cuerpo, con la piel de su face hidratada y brillante tanto como la redondez de su calvicie, de riguroso traje negro y camisa blanca, sin entender lo que sucede; sin salir de su asombro, permanece de pié, inmóvil, hipnotizado, en medio de los cuatro catadores de vino concursantes, seguido, a escasa distancia y en forma de semicírculo por las personas que actuaban de jurado.

Con la impronta de un poeta que no escatima en aplicar la belleza de los distintos recursos literarios, para que su obra resulte un hallazgo y trascienda al universo del arte escrito, Gregorio García Del Prado comenzó a desplegar su arte.

Haciendo alarde de sus habilidades, destrezas y conocimientos, tomó una botella de vino, le quitó el corcho, lo observó un buen rato con su mirada azul de mar en calma, luego volcó dos centímetros del líquido en una de las copas y les habló a los presentes del análisis sensorial de los vinos, les definió la cata comparativa, a ciegas, vertical y varietal. Les explicó la importancia que impone una buena apreciación visual, del color, del brillo, de la intensidad, también de la transparencia, de los aromas, frutales, florales, especiados, sobre la acidez, la astringencia y se explayó en su arenga con mayor ahínco sobre la materia, cuerpo y equilibrio. Cuestiones éstas que explicó con amplitud de criterio y sobrado entendimiento, hasta hacer comparaciones de circunstancias, sucesos, el hombre y la vida.

Por último, y para cerrar su presentación dijo: -el buen vino debe tener carácter y estilo diferenciado como lo tienen los manicomios alejados del mundo en medio de la nada.
Las uvas deben madurar al sol y el vino de debe añejar en la oscuridad de los sótanos de las bodegas.
Como las uvas y el buen vino, los locos, los dementes, los sin razón, los improductivos, los que por prejuicios nuestros semejantes nos restan atención, entibiamos nuestros cuerpos con el sol que llega a los patios y envejecemos en la penumbra de los cuartos cultivando en nuestras mentes lo que el hombre común ignora.

Los presentes, entre otros, hombres de negocios, empresarios, personalidades de los más grandes restaurantes y muchos dueños de costosas fincas, subyugados hasta en las fibras más intimas de sus propios yoes, por la vastedad de conocimientos, por la amplitud perceptiva del concursante, se muestran desordenados; en remolino, pujan entre los mejores precios para alzarse con el mayor surtido de vinos estacionados en el local, hasta agotar con sus pedidos, con sus demandas, todas las reservas de la bodega.

El dueño perplejo, sin salir de su arrobamiento, olvidó al resto de los concursantes, caminó unos pasos y oficiando de maestro de ceremonia, se acercó a Gregorio García Del Prado. Sin trastabillar su solemnidad, pero conservando lo mejor de su esencia humana, le tendió la mano y le entregó el trofeo, dispuesto para el concursante ganador, una copa con el logo serigrafiado de su bodega.

Así, en un eterno tiempo verbal presente, la más relevante, soberbia y significativa ceremonia, sin misterios y sin prejuicios mezquinos, queda gravada en el poblado de Rivera junto al nombre de Gregorio García Del Prado, el más solvente, experto y hábil catador de vinos que en años se halla conocido.

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