sábado, 28 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 43)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino...
Observó lentamente todas las mesas y, como sin darle importancia, se sentó en una de la última fila, junto a Águeda. Nadie reparó en él salvo ella. Su mirada perdida, su camisa mitad dentro, mitad fuera del cinturón, su pelo desaliñado... le asustó, por ello, se acercó instintivamente a Millán, su marido, agarrándole, disimuladamente, de la pierna. Tensó sus dedos.
Le miró y ajeno al nuevo vecino, entendió, como buen hombre enamorado, otro mensaje. Acercó sus labios a su frente y le besó. Ella, sintiéndose protegida, se dejó querer. Hacía veinte años que se habían casado y Millán pensó que podía ser una buena idea regalar a su esposa una estancia en una bodega de la ruta del vino durante aquel puente. Era un todo incluido con spa, masaje, comida, visitas guiadas a la bodega y al viñedo, y lo que más ilusión le hizo a Águeda, la participación, como invitada, al certamen de probadores de la comarca. Había hecho un curso de cata en Madrid y la ocasión era más que propicia para practicar sus conocimientos ante su marido.
De la forma más natural del mundo, dando tiempo al tiempo, aquel extraño hombre sacó de uno de sus bolsos un racimo de uvas tempranillo y lo puso sobre la mesa. Repitió el movimiento con la otra mano, depositando, al lado del racimo, un trozo de pan.
Ella le miró con sorpresa y el temor volvió a su cuerpo. Precavida arrimó su silla a la de su marido mientras observaba cada uno de sus movimientos.
Acercó el racimo a su nariz y lo olió con ternura. Cerró sus ojos y volvió a repetir el gesto. Al poco, arrancó una uva y se la metió en la boca, arrancó otra y otra..., pellizcó un trozo de pan y masticó lentamente saboreando cada movimiento. Tragó lentamente...
Tomó una de las copas de vino de Águeda y se levantó acercándose a la ventana. Izó su copa hasta la altura de los ojos y miró a través ella. El mar de cepas que había de frente se tornó en un paisaje rojo crianza. Olió el vino y bebió sonoramente.
Los asistentes, esta vez sí, tenían sus miradas clavadas en él.
- ¡ Qué hace usted! - le gritó el coordinador del evento. - Catar la tierra, señor, catar la tierra...
Todo el mundo guardó silencio hasta que una persona de seguridad vino a hacerse cargo de él. Pasado un año, sobre la cama del dormitorio, ella localizó un sobre que reconoció al instante. Llena de entusiasmo corrió a la cocina. - ¿Y esto? - Me gustaría volver a la bodega, tomar un racimo de aquellas cepas, subirme a la loma del cerro..., sentarme a tu lado sobre una roca – Gerardo se levantó de la silla y la besó en los labios -, comprar pan recién hecho y comernos con él la uvas mientras catamos el tiempo con una botella de esa tierra de vinos. El loco, esta vez, quiero ser yo.

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