domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 6)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino… Al ver la tarea metódica de los presentes inclinó su cabeza buscando comprender, en medio de su deriva mental, lo que allí sucedía. Se decidió a camuflarse entre los catadores imitándolos, sin embargo sus acciones irregulares llamaron la atención de quienes lo rodeaban. Conforme los caldos tomaban complejidad, su mente se enredaba con ansioso entusiasmo; se frotaba las manos y anotaba incoherencias en las fichas de cata. A estas alturas ya los asistentes estaban estupefactos, su concentración se fijaba ahora en el desconocido inoportuno.
El loco abstraído de la reacción que causaba en los demás, sacó la nariz de la última copa, su cara sostenía una mueca de satisfacción, se dispuso a recorrer el salón metiendo la nariz en la copa de cada uno de los demás catadores con la torpe inocencia que tendría un niño descubriendo el mundo.
Una vez terminada la ronda de intrusión en copas ajenas, volvió a la que creía era la suya y anotó con toda propiedad una frase contundente en la ficha de cata: “Encontré el elixir de la eterna juventud”. Evidenciando así la razón de su locura y de su incesante búsqueda. Envolvió la hoja y la metió en su bolsillo.
Acto seguido emprendió el recorrido que según él, lo llevaría a la fuente de ese elixir. Comenzó por entre licoreras llevándose consigo una que otra botella que rápidamente tiraba. Dio giros y recorrió buenos trechos toda la tarde junto con la noche y el amanecer, y así un par de días más de manera desenfrenada.
Habrá sido la luna, que sabe cuidar a sus locos, habrá sido el olfato o quizás un golpe de suerte el que lo dejaría tendido bajo ese árbol, en la madrugada del tercer día de su fuga, con una botella vacía de un vino cualquier. El rocío y el trinar de los pájaros lo despertaron y como la ilusión más lúcida de su malograda cabeza, frente a él se encontraban hileras de vides que dejaban entrever la bodega en el fondo. No había nadie a su alrededor, tan sólo él y su camino directo a la fuente de su elixir.
Se escabulló sin mayor problema en el edificio, dio tumbos por varios rincones, tomó cualquier corcho de una canasta que se encontraba dispuesta para la labor que comenzaría en un par de horas. Caminó hasta la cava de los vinos más selectos de la bodega donde se encontraban los tesoros de viejas añadas. Sorprendió en ella al enólogo que acostumbraba a llegar con el alba y no pudiendo verlo de forma distinta a un obstáculo en su propósito de vida, poseer el elixir de la eterna juventud, se abalanzó sobre él. Forcejearon mutuamente, uno atacando, el otro defendiéndose, un peleando por vivir eternamente, el otro protegiendo aquello por lo que siempre había vivido. El loco tomó una botella legendaria y la estalló en la cabeza del desafortunado enólogo dejándolo tendido. Vio lo que creyó era su elixir difundirse sobre el piso, entremezclándose con la sangre que brotaba de la cabeza de su víctima y lanzándose angustiosamente al suelo, bebió, entre vidrios y destrozos, cada gota que puedo.
Antes de escapar introdujo afanosamente la ficha de cata con aquella anotación en la botella que de otro lugar lo acompañaba, la tapó a medias con el corcho que había tomado y la acostó en el espacio vació de la botella de su elixir. Él sólo quería justificar sus actos. Se escabulló de la bodega tal como entró en ella y se perdió entre los viñedos para irse a vivir eternamente.

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