domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 15)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino…
Fabián piensa que ese será el inicio de la versión de los hechos, dirán que los días han acelerado las lesiones de su psique, corregidas en algún modo en el psiquiátrico pero no sanadas.
Son las once de la mañana y todo está preparado. Los catadores han renunciado al café, el tabaco y las fragancias, observando en la distancia los vinos que se ofrecen ciegos, sin etiquetas. Fernando había preparado la artimaña perfecta para asesinar a su esposa Lourdes, piensa Fabián mientras anuncian a los catadores.
Sirven un poco de vino en sus copas y, después de que el suave movimiento circular ha conseguido que el líquido empape todo el cristal, observan el color: el rojo púrpura con matices violeta delatan al vino joven; y el rojo ladrillo se decanta por uno de dos o más años. Pureza, transparencia y limpieza, las “lágrimas” en las paredes del cristal, las burbujas… Fabián tiene el sueño de un millón de noches escrito sobre la piel, desconocía su condición de simple figurante en la obra a representar, de pobre diablo que se encargó de apretar el gatillo.
Los catadores huelen el vino en la copa quieta, luego imprimen un intenso movimiento giratorio y vuelven a olerlo. Cepa, fermentación y bouquet… olor de la madera, floral, de las plantas, olor de frutas, especias… El aroma de la tila, manzana, la rosa, el heno, la canela, el regaliz… Y mientras Fabián admira la capacidad de concentración volcada en la amalgama de olores que hay que discernir, siente que le habita un extraño de mirada interrogante al que no puede contestar. No sabe qué le indujo a seguir el hilo de las palabras de Fernando, las mismas que sirvieron para tejer la red que le atrapó. Todo quedó al descubierto y la policía le detuvo.
Llega el momento de tomar un pequeño sorbo que los catadores borbotean, el aire pasa a través del líquido al aspirar por una fina rendija de los labios, la lengua se restriega por el paladar, el vino se engancha, es áspero o tánico… Fabián se asombra con los profesionales, pero su mente sigue empeñada en desentrañar el jeroglífico escrito en la pared de su memoria. Fernando consiguió escurrir el bulto y él, con la pericia de sus abogados, que le aplicaran la eximente de locura temporal propiciada por los celos… ¿Celos por una mujer?... ¿Por un hombre?...
Y entre los vinos duros, ásperos, redondos, los vinos aterciopelados, sedosos, finos, equilibrados… también en ocasiones buscan infiltrarse los maderizados, oxidados, verdes, rancios, picados, enmohecidos… Los catadores, entre prueba y prueba, se han enjuagado la boca con el agua natural, tomado pan ni dulce ni salado, sonreído… Fabián avanza despacio por la senda que le llevará al fin que presiente. Sabía que en aquel local se iba a desarrollar una cata profesional de vinos, y entre los asistentes estaba anunciado Fernando, multimillonario y empresario de prestigio. Se fugó del manicomio, sobornando a una cuidadora, con un único objetivo: la venganza.
—Qué haces aquí, Fabián… ¿Ya te han soltado? ¡Lo sabía! Te lo había dicho, cinco años máximo y a la calle… Ahora… tú y yo… ¿Entiendes?... —Le dice Fernando, sorprendido al verle.
—Nunca dudé de ti, Fernando ¿Aún está en pie la oferta? Me he enterado que tienes bodega propia y… aquella botella prometida… ¿Recuerdas?...
— ¿Chateau Petrus?, sí… está durmiendo en mi bodega… ¡Esperándote!...
Ha terminado la cata y ambos salen del local. Fernando sube al coche que les trasladará hasta su bodega e invita a subir a Fabián, mientras éste aprieta con fuerza el estilete que lleva oculto en el bolsillo del pantalón.

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