domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 26)


Un loco se ha escapado del manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Un grupo de personas se disponen a tomar asiento y entre ellos se esconde el loco, observando alegremente esas botellas bien dispuestas en las respectivas mesas. Su bata blanca, esa extraña mirada perdida y el silencio que lo rodea, provoca en los demás miradas burlescas hacia su persona pero el loco, feliz de encontrarse refugiado entre botellas, sigue su extraño caminar por la sala.
Alguien les indica que pueden sentarse ya que la cata está a punto de empezar y el loco, observa nervioso como cada persona ocupa su asiento. Duda, sin saber qué hacer y, tras algún segundo de desconcierto, descubre a su derecha una silla vacía a la que se dirige veloz. Se sienta agarrando con fuerza el sillín asegurándose de que nadie le robe el lugar y ríe contento de su suerte, estrepitosamente, entre el silencio del resto.
Un hombre alto y serio, acompañado de una lista se dedica a comprobar que todos los invitados estén en la sala y cuando se acerca al loco, lo mira, suspira y pregunta.
“Señor Guzmán, me habían comentado que se encontraba usted indispuesto pero veo que finalmente ha acudido a nuestra cata lo que le agradecemos sinceramente”. “Sí, sí”, afirma una alborotada coronilla.
“Ya saben ustedes cómo funciona la cata. Las botellas están únicamente numeradas y hay que seguir el orden establecido. Prefiero no alargarme con explicaciones reiterativas. Son ustedes profesionales del sector y se que tan solo lograría aburrirles. Eso sí, es importante que les expliquemos que hoy no respetaremos el anonimato. Hoy queremos invitarlos a que cada uno, según vaya probando el vino, nos exponga sus observaciones. Esperamos que nos le incomode ya que precisamente es esa espontaneidad la que buscamos” concluyó el hombre alto y serio.
El no sería menos, pensó el loco, así que sin dudarlo, se sirvió el primer vino que encontró en el extremo de la mesa y lo observó. Meticulosamente, científicamente, profesionalmente. Seguía los pasos de los demás catadores y mientras uno a uno iban desnudando los secretos del vino, el loco se agitaba nervioso en su silla, esperando su turno.
Y el momento llegó. El supuesto señor Guzmán, miró nervioso, aún con la copa de vino en la mano y se dispuso a hablar.
“Ha sufrido”. Fue su primera frase. “Es un vino triste”. Fue su segunda frase.
El señor alto y serio lo miró escéptico, aburrido, pero el señor Guzmán, lejos de amedrentarse fue cogiendo confianza.
“Este vino me cuenta su tristeza. Ha pasado por penurias que lo han fortalecido. Me cuenta que viene de una tierra seca, donde la soledad de los viñedos es inmensa. Muchos murieron por el camino. Pero él no. De ahí su trágica melancolía. Mírenle la cara. Ensombrecida y dura como el buen caminante. Roja como la sangre. Pobrecito. Necesita amor. Necesita comprensión y aunque camina despacio, camina seguro. No todos podrán comprenderlo, menos apreciarlo”. Acabó entonces el señor Guzmán y una sonrisa extraña afloró en sus comisuras.
Silencio. Nadie sabía que decir. Ni una sonrisa.
Ese hombre. ¿De donde diablos había salido ese hombre? Había pasado por alto todas las reglas de la cata de vinos y sin embargo, había logrado definir como nadie el carácter de ese vino haciéndolo comprensible a todos los estupefactos oídos que allí se encontraban.
Siguió el loco describiendo vinos y maravillando a sus oyentes hasta que por la puerta aparecieron silenciosos dos hombres vestidos de blanco para llevarse al señor Guzmán. La sala enmudeció viendo desaparecer a ese genio catador. En la clínica sonreía el loco.
En las bodegas sonreía el vino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario