domingo, 29 de noviembre de 2009

La cata del loco (versión 1) y tercer Premio de Érase una vez el vino


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino, grandiosa casualidad teniendo en cuenta que él ya ejerciera esta profesión en otra vida anterior.
Porque, efectivamente, Marcos recuerda todas y cada una de sus vidas anteriores, profesiones, amores, amantes, incluso perfumes, y eso es algo que la gente nunca ha soportado, quizás por envidia, quizás por pánico a lo desconocido, pero que ha acabado por encerrarle a él y a sus maravillosas historias bajo los techos fríos de aquella cárcel demente.
De hecho recuerda perfectamente el día que entró en aquel inhóspito lugar, cuando aquel estúpido juez no creyó que, a pesar del fatal desenlace, hubiera intentado de las únicas mil y una formas posibles salvar la vida a aquella mujer, algo lógico teniendo en cuenta que ya pronunciara su juramento hipocrático unos pocos cientos de años atrás y que era la única persona capacitada en aquellos instantes para atenderla.
Pues no, aquel letrado no creyó que fuera médico, ni tan siquiera cuando explicó a todos los presentes los primeros auxilios ofrecidos a la víctima, incluida traqueotomía, y que, por un error impredecible, acabaron con su vida.
Valiente imbécil, lo único que supo hacer fue mandarle a aquel maldito manicomio del que, gracias a sus habilidades como ladrón y trapecista (profesiones a las que dedicó alrededor de treinta y tantos años allá por el XIX) había conseguido escapar sin problema alguno.
Y ahora estaba allí, dispuesto a mostrar sus capacidades ante aquella pandilla de catadores ineptos que, aún sin presentaciones previas y motivos ausentes, no le merecían ningún tipo de respeto.
Cuando llegó su turno agarró la copa con delicadeza, como nadie excepto él sabía hacerlo, contorneándola, moviendo el líquido a uno y otro lado y dejándose envolver por los recuerdos pasados. Olió su contenido, embriagándose, empapándose de matices y cerrando los ojos para no vislumbrar los rostros idiotas que a su alrededor se congregaban expectantes.
Y bebió un sorbo de aquella gigantesca copa.
Cuando, por fin, el público presente guardó silencio, el veredicto de Marcos resonó por cada resquicio de aquel local.
¡Esta Coca Cola sabe a mosto barato!

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La cata del loco (versión 2)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino.A pesar de su particular aspecto, con un sobretodo gris y el cabello largo y suelto, no llama la atención de los que allí estaban. Camina con elegancia y tranquilidad, las manos a la espalda, girando levemente la cabeza frente a cada copa, los ojos entrecerrados y aspirando entrecortadamente a cada paso. Mientras, susurra como un entendido – Espectacular.., cuadrado, multicolor …- y una serie de epítetos que desconcierta hasta al más experto de los catadores.Los concurrentes lo miran asombrados, en particular cuando se enfrenta a los productos de la bodega promotora del concurso, y llora desconsolado diciendo – Inadmisible…, bazofia…, pecado. – Los allí reunidos, empiezan a mirar las cosas de otro modo. ¿Será posible que ese “Tanat” que tanto promocionan, y que tanto sale sea sólo un fraude? La duda queda flotando en el aire, mientras el loco previo ocultar un objeto en su bolsillo, se aleja a paso firme por la puerta principal.Todos miran con furia suspicaz a los catadores, que amilanados por la multitud, catalogan como el mejor vino unánimemente a un modesto Albariño que parecía haber sido alabado en primera instancia por el loco.Fuera, el loco saca su trofeo, una sucia servilleta de papel, mientras susurra acercándola a su nariz - Espectacular.., cuadrado, multicolor …-

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La cata del loco (versión 3)


Un loco se ha escapado de un manicomio. En su deambular sin rumbo entra en un local. Se celebra allí un concurso de catadores de vino. Dionisio es su nombre y sin embargo, su aspecto, tan pulcro que nadie sospecha de su condición. Después de todo, aquel hombre se había vuelto loco, completamente, por intentar armar una colección de vinos mimados de las más relevantes bodegas del mundo. ¡Tamaña empresa! Así fue que parientes, amigos, vecinos o conocidos, que viajaran a algún país con buenas bodegas, tenían el encargo, insalvable, de traer unas botellas de los mejores vinos. Más allá de que no había podido realizar estudios, es un excelente catador, un gran lector sobre bibliografía especializada, además de un viajero empedernido. Conoce así de regiones y sus respectivos vinos como el mejor experto y su opinión es tenida en cuenta, aún por los profesionales, que lo respetan como a un par. Un hecho accidental provocó un incendio que destruyó su casa en las colinas, y a pesar de sus vanos intentos por salvar del fuego algunas botellas, la preciosa colección quedó destruida bajo los escombros del techo de vigas y tejas. Cientos de botellas quedaron reducidas a una montaña de vidrios, derramando su apreciado contenido sobre el piso de lajas, evaporándose así en un instante. Nada quedó de semejante esfuerzo y dedicación de años y años, de vinos cuidados como joyas de un tesoro, reservado para las mejores ocasiones entre un cerrado círculo de amigos. Amigos que como Dionisio, son amantes exigentes del buen vino, con paladares entrenados y refinados. Nuestro loco, que en un descuido de la guardia del manicomio, había podido escapar y adentrarse en la cosmopolita ciudad, caminó y caminó. Yendo por una de las calles céntricas descubre así el local en el que se realiza el concurso a cargo de un jurado de expertos nacionales y extranjeros. Como si hubiera sido guiado instintivamente por el olfato, ingresa al local, con tanta resolución y tal prestancia, que nada le impide anotarse en la lista de los concursantes para, finalmente, poder participar. Hay en su mirada un cierto brillo de locura, una cierta fijación en las copas de cristal que emanan su variedad de rojos intensos, brillantes o perlados, o en el ámbar de los blancos transparentes. Una mirada que sólo podría ser detectada por otro tipo de conocedor, de experto, en este caso, en psiquiatría. Como sea que fuere, nadie lo nota, y enseguida se lo ve con un gran número colgándole de su solapa. Junto con el resto de los concursantes, frente a unas largas mesas con manteles blancos hasta el piso, los asistentes llenan copas de vino desde botellas envueltas en pulcras servilletas. El concurso consiste en acertar el tipo de vino, la descripción de sus características, marca y bodega de origen. Un abanico de vinos provenientes de todas partes del mundo, lo cual hace enormemente compleja y difícil la respuesta. Los participantes, consumados expertos, son doce, Dionisio incluido y el premio tan importante como la exigencia misma del concurso. Una copa tras otra, cual un experto catador, nuestro ya querido loco, va acertando con la más absoluta precisión, frente a la mirada asombrada del público, la atenta del jurado y la desconcertada de los participantes, que poco a poco, van siendo descalificados. La final, reñidísima, es con otro loco por el vino como él, pero en la copa definitoria Dionisio logra vencerlo. El premio es un viaje por varias bodegas repartidas entre Europa, Norte y Sudamérica. Cuando un miembro del jurado le pregunta como es que sabe tanto de vinos, Dionisio responde con infinita tristeza: -“Amé locamente a una mujer que me enseñó a descubrir el vino. Cibeles murió, y mi amada colección de vinos se fue tras ella”.

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